jueves, 5 de junio de 2008

COMO VIVIMOS LA VIDA DE ORACIÓN LAS CARMELITAS

VIDA DE ORACIÓN
En la Regla ve Teresa como su precepto central, el llamado a la oración continua. “Dice la primera Regla nuestra que oremos sin cesar. Con que se haga esto con todo el cuidado que pudiéremos, que es lo mas importante no se dejará de cumplir”(C 4,2) . Ella ve como el elemento más significativo la Oración continua “Orar sin cesar” “meditando día y noche en la ley del Señor y velando en oración” (III,10). Nuestro horario nos lleva a dedicar los mejores momentos par a estar con el Señor, realizando todo bajo su amorosa mirada, permaneciendo así en la presencia del Dios vivo, al igual que N. P. San Elías, seducido por esa leve brisa, interiormente buscamos la atmósfera propicia para el encuentro, “ Tenga cada uno de vosotros celda individual separada” (Rc. II,6) “porque el estilo que pretendemos llevar es no sólo ser monjas sino ermitañas (C 12, 6).
Alimentamos nuestra oración con la Palabra de Dios, a fin de que “ pueble colmadamente nuestros labios y el corazón ” (Rc. IV,19), y así permanecer en una vigilancia amorosa cimentada en la fe.
El objetivo de la Regla está completamente orientado al “Seguimiento de Cristo”, la única Palabra del Padre; por eso al igual que la Virgen María la acogemos en silencio de la adoración y la hacemos resonar continuamente en nuestro corazón.
Empezamos cada jornada con la Oración de Alabanza; expresándola en nuestra Liturgia diaria, alabamos al que es nuestro Dios y Señor. Tenemos viva conciencia de nuestra vocación de todo el pueblo de Dios. Como los apóstoles en el cenáculo, nos sentimos unidas y reunidas en torno a la Virgen María nuestra Madre, Señora y Patrona.
Como comunidad recreada por la fuerza del Espíritu tenemos nuestra fuente y culmen la Eucaristía diaria en donde Cristo se nos entrega como Don esponsal. Por medio de la Eucaristía, nos unimos en torno al misterio del amor de Dios, que nos comunica su santidad y gracia; nos insertamos plenamente en la comunión de la Iglesia, “ lugar de la ternura de Dios” (Benedicto XVI, Discurso a los jóvenes JM. 2005); haciéndose signo singular de unión íntima con Dios de toda la comunidad cristiana.

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