domingo, 22 de agosto de 2010

miércoles, 18 de agosto de 2010

Ven y sigueme

Jesús invita al joven rico a ir más allá de la satisfacción de sus aspiraciones y de sus proyectos personales, le dice: “¡Ven y sígueme!”. La vocación cristiana brota de una propuesta de amor del Señor y puede realizarse solo gracias a una respuesta de amor: "Jesús invita a sus discípulos al don total de su vida, sin cálculo ni intereses humanos, con una confianza en Dios sin reservas. Los santos acogen esta invitación exigente, y se ponen con humilde docilidad tras las huellas de Cristo crucificado y resucitado. Su perfección, en la lógica de la fe a veces humanamente incomprensible, consiste en no ser el centro de sí mismos, sino en escoger el ir contracorriente viviendo según el Evangelio” (Benedicto XVI, Homilía con ocasión de las Canonizaciones: L’Osservatore Romano, 12-13 octubre 2009, p. 6).
A ejemplo de tantos discípulos de Cristo, acoged también vosotros, queridos amigos, con gozo la invitación al seguimiento, para vivir intensamente y con fruto en este mundo. Con el Bautismo, de hecho, él llama a cada uno a seguirlo con acciones concretas, a amarlo por encima de todo y a servirlo en los hermanos. El joven rico, por desgracia, no acogió la invitación de Jesús y se fue entristecido. No había encontrado el valor de apartarse de los bienes materiales para encontrar el bien más grande propuesto por Jesús.La tristeza del joven rico del Evangelio es la que nace del corazón de cada uno cuando no se tiene el valor de seguir a Cristo, de realizar la elección correcta.

¡Pero nunca es demasiado tarde para responderle!Jesús no se cansa nunca de volver su mirada de amor y de llamar a ser sus discípulos, pero Él propone a algunos una elección más radical. En este Año Sacerdotal, quisiera exhortar a los jóvenes y a los chicos a estar atentos a si el Señor os invita a un don más grande, en el camino del Sacerdocio ministerial, y a hacerse disponibles a acoger con generosidad y entusiasmo este signo de especial predilección, emprendiendo con un sacerdote, con el director espiritual el necesario camino de discernimiento. ¡No tengáis miedo, vosotros, queridos jóvenes y queridas jóvenes, si el Señor os llama a la vida religiosa, monástica, misionera o de especial consagración: Él sabe dar gozo profundo a quien responde con valor!Invito, además, a cuantos sienten la llamada al matrimonio a acogerla con fe, empeñándose a poner bases sólidas para vivir un amor grande, fiel y abierto al don de la vida, que es riqueza y gracia para la sociedad y para la Iglesia.

viernes, 13 de agosto de 2010

Señor ¿Aquién iremos?


"Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn6,68). ¡Queridos jóvenes de la XV Jornada Mundial de la Juventud! Estas palabras de Pedro en el diálogo con Cristo al final del discurso sobre "el pan de vida", nos toca personalmente. En estos días hemos meditado la afirmación de Juan: "El Verbo se hizo carne y vino a habitar en medio de nosotros" (Jn 1,14). El evangelista nos ha llevado al gran misterio de la encarnación del Hijo de Dios, el Hijo que se nos dio a través de María "Cuando llego la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4). En su nombre os saludo una vez más con gran afecto. Hemos llegado al culmen de la Jornada Mundial de la Juventud. Ayer a la tarde, queridos jóvenes, hemos confirmado nuestra fe en Cristo Jesús, el hijo de Dios que el Padre ha enviado, como ha recordado la primera lectura de hoy, a llevar el alegre anuncio a los pobres, a vendar las heridas de los corazones destrozados, a proclamar la libertad de los esclavos, la excarcelación de los prisioneros...a consolar a todos los afligidos"(Is 61,1-3). Con la celebración de hoy Jesús nos introduce en el conocimiento de un aspecto particular de si misterio. Hemos escuchado en el Evangelio un trozo de su discurso tenido en la sinagoga de Cafarnaum, después del milagro de la multiplicación de los panes, donde Él se revela como verdadero pan de la vida, el pan bajado del cielo para dar la vida al mundo (cfr Jn 6,51). Es un discurso que quienes escuchan no comprenden. La prospectiva en la que se mueven es demasiado material para recoger el verdadero entendimiento de Cristo. Ellos razonan en la óptica de la carne, que "no sirve para nada" (Jn 6,63). Jesús en cambio abre el discurso sobre los horizontes infinitos del Espíritu: "Las palabras que os he dejado –insiste- son espíritu y vida" (ibid). Pero el auditorio lo rechaza: "Este lenguaje es duro; ¿Quién puede entenderlo?" (Jn 6,60). Se juzgan (se creen) personas de buen sentido, con los pies en la tierra. Por esto sacuden la cabeza y, refunfuñando, se van uno después del otro. La muchedumbre se reduce progresivamente. Al final queda sólo un desapercibido grupo de los discípulos más fieles. Pero sobre "el pan de vida" Jesús no está dispuesto a transigir, está preparado también para afrontar la separación de los más íntimos: "¿Acaso también vosotros quereis marcharos?" (Jn 6,67). "Acaso también vosotros?" La pregunta de Cristo perdura por los siglos y llega hasta nosotros, nos interpela personalmente y solicita una decisión. ¿Cuál es nuestra respuesta? Querido jóvenes, si estamos aquí hoy, es porque nos reconocemos en la afirmación del apostol Pedro: "Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn6,68). De palabras en torno a vosotros se oyen tantas, pero Cristo solamente tiene palabras que resisten al desgaste del tiempo y quedan para la eternidad. La época en la que estais viviendo os impone alguna opción decisiva: la especialización en el estudi, la orientación en el trabajo, el mismo compromiso que asumir en la sociedad y en la Iglesia. Es importante darse cuenta que, entre tantas preguntas que afloran en vuestro Espíritu, las más decisivas no se refieren a "que cosa". La pregunta de fondo es "quien": hacia "quien" ir, a "quien" seguir, a "quien" confiar la propia vida. Y bien, queridos amigos: ¿No hay en esto la confirmación de cuanto hemos escuchado del apostol Pedro? Cada ser humano antes o después se encuentra exclamando con él: "Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida Eterna.En la pregunta de Pedro: ¿A quién iremos?" está ya la respuesta acerca del camino a recorrer. Es el camino que lleva a Cristo. Y el Maestro divino es alcanzable personalmente: esta realmente presente sobre los altares en la realidad de su cuerpo y de su sangre. En el sacrificio eucarístico nosotros podemos entrar en contacto, de modo misterioso pero real, con su persona, bebiendo de la vuente inagotable de su vida de Resucitado.

La Eucaristía es el sacramento de la presencia de Cristo que se nos da a nosotros porque nos ama. El ama a cada uno de nosotros de modo especial y único en la vida concreta de cada día: en la familia, entre los amigos, en el estudio y en el trabajo, en el descanso y en el ocio. Nos ama cuando llena de frescura las jornadas de nuestra existencia y también cuando, en el dolor, permite que la prueba se abata sobre nosotros: también a través de las pruebas más duras, Él nos hace sentir su voz. Si, queridos amigos, ¡Cristo nos ama y nos ama siempre! Nos ama también cuando lo defraudamos, cuando no correspondemos a sus esperanzas para con nosotros. Él no nos cierra los brazos de su misericordia. ¿Cómo no ser agradecidos a este Dios que nos ha redimido hasta la locura de la Cruz? ¿A este Dios que se ha puesto de nuestra parte y con nosotros permanecerá hasta el fin?


Celebrar la Eucaristía "comiendo su carne y bebiendo su sangre" significa aceptar la lógica de la Cruz y del servicio. Es decir, significa testimoniar la propia disponibilidad a sacrificarse por los otros, como ha hecho Él. De este testimonio tiene extrema necesidad nuestra sociedad, tienen necesidad, más que nunca, los jóvenes, frecuentemente tentados por los espejismos de una vida fácil y cómoda, de la droga y del hedonismo, para encontrarse después en la espiral de la desesperación, de la falta de sentido, de la violencia. Es urgente cambiar el camino en la dirección de Cristo, que es también la dirección de la justicia, de la solidaridad, del compromiso por una sociedad y un futuro digno del hombre. Esta es nuestra Eucaristía, esta es la respuesta que Cristo espera de nosotros, de vosotros, jóvenes, a la conclusión de este Jubileo. Jesús no ama las medias medidas y no duda de venir a nosotros con la pregunta: "¿Queréis marcharos también vosotros?". Con Pedro, delante de Cristo, "pan de vida", también nosotros, hoy, queremos repetir: "Señor, ¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn6,68).

Regresando a vuestros lugares de origen, poned la Eucaristía en el centro de vuestra vida personal y comunitaria: amadla, adoradla, celebradla, sobretodo el Domingo, día del Señor. Vivid la Eucaristía testimoniando el amor de Dios por los hombres. Confío en vosotros, queridos amigos, esto que es el más grande don de Dios a nosotros, peregrinos sobre los caminos del tiempo, pero llevando en el tiempo la sed de eternidad. Pueda serviros siempre, en cada comunidad, un sacerdote que celebre la Eucaristía! Pido esto al Señor: que florezcan entre vosotros numerosas y santas vocaciones al sacerdocio. La Iglesia tiene necesidad de quien celebre también hoy, con corazón puro, el sacrificio eucarístico.

El mundo tiene necesidad de no ser privado de la presencia dulce y liberadora de Jesús vivo en la Eucaristía. Sed vosotros mismos ferviente testimonio de la presencia de Cristo sobre nuestros altares. La Eucaristía plasme vuestra vida, la vida de las familias que forméis. La Eucaristía oriente todas vuestras opciones de vida. La Eucaristía, presencia viva y real del amor trinitario de Dios, os inspire ideales de solidaridad y os haga vivir en comunión con vuestros hermanos dispersos en cada ángulo del planeta. De la partición de la Eucaristía brote, en particular, una nueva primavera de vocaciones a la vida religiosa, que asegure la presencia en la Iglesia de fuerzas frescas y generosas para el gran cometido de la nueva evangelización. Si alguno de vosotros, queridos jóvenes, advierte en sí la llamada del Señor a donarse totalmente a Él para amarlo "con corazón indiviso (cfr 1 Cor 7,34), no se deje frenar por la duda o el miedo. Diga con coraje su propio "sí" sin reservas, fiándose de Él que es fiel en todas sus promesas. ¿Acaso, no nos ha prometido, a quien dejare todo por Él, el ciento por uno aquí abajo y después la vida eterna? (cfr Mc 10,29-30).

Al término de esta jornada mundial, mirándoos a vosotros, a vuestros rostros jóvenes, vuestro entusiasmo sincero, quiero expresar, desde lo profundo del corazón, un "gracias" sentido a Dios por el don de la juventud, que por medio de vosotros permanece en la Iglesia y en el mundo. ¡Gracias a Dios por el camino de las Jornadas Mundiales de la Juventud! ¡Gracias a Dios por tantos jóvenes que han participado a lo largo de estos 16 años! Son jóvenes que ahora, llegados a adultos, continúan viviendo en la fe allí donde residen y trabajan. Estoy cierto que también vosotros, queridos amigos, estaréis a la altura de cuantos os han precedido. Vosotros llevareis el anuncio de Cristo en el nuevo milenio. Tornando a casa no os extraviéis. Confirmad y profundizad vuestra adhesión a la comunidad cristiana a ala que pertenecéis. Desde Roma, desde la ciudad de Pedro y de Pablo, el Papa os acompaña con afecto y, parafraseando una expresión de Santa Caterina de Siena, os dice: "Si sois aquello que debéis ser, incendiareis todo el mundo" (cfr Lett.368). Miro con fe esta nueva humanidad que se prepara también por medio de vosotros, miro a esta Iglesia perennemente rejuvenecida por el Espíritu de Cristo y que hoy se alegra de vuestros propósitos y de vuestro compromiso. Miro hacia el futuro y hago mías las palabras de una vieja plegaria que canta juntamente el don de Jesús, de la Eucaristía y de la Iglesia: "Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y el conocimiento que nos has revelado por medio de Jesús, tu siervo. ¡A Ti la gloria por los siglos! Como este pan partido era disperso aquí y allá sobre las colinas, y recogido llego a ser una cosa, así se reúne la Iglesia en tu Reino desde los confines de la tierra... Tu, Señor omnipotente, has creado el universo para gloria de tu nombre; has dado a los hombres el alimento y la bebida para confortarles, a fin de que te den gracias; pero a nosotros nos has dado un alimento y una bebida espiritual y la vida eterna por medio de tu hijo... ¡Gloria a Ti, por los siglos!" (Didaché 9,3-4;10,3-4). Amén.

martes, 10 de agosto de 2010

JESUS TE LLAMA


Jesús ofrece un mensaje muy diferente. No lejos de aquí, Jesús llamó a sus primeros discípulos, así como hoy os está llamando a vosotros. Su llamada exige una elección entre las dos voces que compiten por vuestros corazones, aún ahora, en este mismo monte; la elección entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte. ¿Qué voz escogerán seguir los jóvenes del siglo veintiuno? Poner vuestra fe en Jesús quiere decir que vosotros escogéis creer en lo que Él dice, no importa cuán extraño parezca, y rechazáis las pretensiones del mal, no importa cuán razonables o atractivas parezcan.

Pero Jesús no habla meramente de las Bienaventuranzas. Él vive las Bienaventuranzas. Él es las Bienaventuranzas. Si os fijáis en Él, vosotros veréis lo que significa ser pobre de espíritu, manso y misericordioso, afligido, justo, limpio de corazón y perseguido. Es por eso que él tiene derecho de decir: "Ven, sígueme a mí!" Él no dice meramente, "Haz lo que te digo". Él dice: "Ven, sígueme a mí!".

Vosotros escucháis su voz en este monte, y vosotros creéis lo que él dice. Pero como los primeros discípulos en el Mar de Galilea, vosotros tenéis que dejar atrás vuestras barcas y las redes, y eso no es nada fácil – especialmente cuando enfrentan a un futuro incierto y estáis tentados a perder la fe en su herencia cristiana. Ser buenos cristianos en el mundo de hoy puede parecer fuera de vuestro alcance o más allá de vuestras fuerzas. Pero Jesús no se pone a un lado y os deja solos a enfrentar el desafío. El siempre está a vuestro lado para transformar la debilidad en fortaleza. Confiad en él cuando dice: "Te basta mi gracia, que en la flaqueza llega al colmo el poder" (2 Cor 12:9)!

Los discípulos pasaron tiempo con el Señor. Llegaron a conocerle y a amarle profundamente. Descubrieron el significado de lo que el Apóstol Pedro una vez le dijo a Jesús: "Señor, ¿a donde iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6:68). Descubrieron que las palabras de vida eterna son las palabras del Sinaí y las palabras de las Bienaventuranzas. Y éste es el mensaje que llevaron a todas partes.

Al momento de su Ascensión, Jesús le dio una misión a los discípulos y les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes…Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt. 28:18-20). Durante dos mil años los seguidores de Jesús han llevado a cabo esta misión. Hoy, en el amanecer del Tercer Milenio, es vuestro turno. Ahora os toca a vosotros ir por el mundo y predicar el mensaje de los Diez Mandamientos y el de las Bienaventuranzas. Cuando Dios habla, habla acerca de cosas que son de la mayor importancia para cada persona, para las personas del siglo veintiuno no menos que para las del siglo primero. Los Diez Mandamientos y las Bienaventuranzas hablan de la verdad y la bondad, de la gracia y la libertad: de todo lo que es necesario para entrar en el Reino de Cristo. ¡Ahora es vuestro turno de ser valientes apóstoles de ese Reino!

¡Jóvenes de Tierra Santa, Jóvenes del mundo: respondedle al Señor con un corazón deseoso y dispuesto! Deseoso y dispuesto, como el corazón de la hija más ilustre de Galilea, María, la Madre de Jesús. ¿Cómo respondió ella? Ella dijo: "He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1:38).

¡Oh Señor, Jesucristo, en este lugar que tu conocías y amabas tanto, ¡escucha a estos jóvenes corazones generosos! Continúa enseñando a esta gente joven la verdad de los Mandamientos y de las Bienaventuranzas! Hazlos testigos gozosos de tu verdad y apóstoles convencidos de tu Reino! ¡Acompáñalos siempre, especialmente en esos momentos en que seguirte a Tí y al Evangelio parece difícil y exigente! ¡Tú serás su fortaleza, Tú serás su victoria!

Oh Señor, Jesús, tú has hecho de estos jóvenes tus amigos: ¡manténlos siempre cerca de ti! Amén.