
Su historia es la de un alma sencilla y profundamente humilde que encontró en el amor la clave de la existencia humana. Aunque breve, su vida fue un testimonio permanente del inmenso valor de la oración y de los pequeños actos realizados por amor. Tanto es así que gracias su acción oculta y silenciosa llegó a convertirse en patrona universal de las misiones sin haber salido nunca del convento.
El ejemplo de Santa Teresita nos invita a una santidad sin complicaciones, que aprovecha cada instante de la vida cotidiana para amar y para servir a los demás. La suya no es una doctrina académica, sino una doctrina de vida que propone el camino de la infancia espiritual, la confianza absoluta en Dios y el total abandono en su amor misericordioso.
Como ella misma lo dijo alguna vez: "Permanecer pequeño es reconocer la nada de uno, esperarlo todo de Dios, como el niño lo espera todo de su padre; no inquietarse por nada, no procurar llegar a ser rico... Ser pequeño significa también no atribuirse a sí mismo las virtudes que se practican juzgándose capaz de algo, sino reconocer que Dios pone ese tesoro de virtud en la mano de su hijito para que se sirva de él cuando lo necesite... Consiste, en fin, en no desanimarse por las propias faltas, pues los niños caen a menudo, pero son demasiado pequeños para hacerse mucho daño".
En un mundo como el nuestro, racionalista y cargado de hedonismo, la sencillez de esta Santa resulta de una eficacia única para esclarecer el espíritu y el corazón de los que tienen sed de verdad y de amor.
En 1997, el Papa Juan Pablo II la declaró Doctora de la Iglesia, convirtiéndose así en la más joven de todos los merecedores a este prestigioso reconocimiento reservado a hombres de la estatura espiritual de Santo Tomás de Aquino, San Agustín o San Juan de la Cruz. Santa Teresita es nuestra más amada Santa y Hermana de la Iglesia.
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