Oramos, o debemos orar al Señor, en los triunfos y fracasos. Somos más amigos de orar en la dificultad que en la alegría, en los momentos que el zapato aprieta, que en los momentos en que sonríe la suerte, en los triunfos, que en la adversidad. Sin embargo, es más difícil orar desde la noche. Por esta razón presento estas reflexiones para que éstas ayuden a orar desde la adversidad, desde la enfermedad, desde el atardecer de la vida, desde el sufrimiento, desde la guerra o violencia, desde la noche y desde la alegría.
El ser humano se siente, a veces, como Job, deprimido y roto en el alma y en el cuerpo. El sufrimiento, el dolor, cualquier tipo de cruz, en determinadas ocasiones nubla y oscurece la fe.
En estos momentos hay que doblar la rodilla, levantar la mirada y el corazón hacia el cielo. El creyente, aunque no sienta y no perciba a Dios en el momento de la noche, no pierde la fe en su presencia y en su bondad.
Es bueno, también, acostumbrarse a orar desde la alegría y desde la fiesta. Es mejor, todavía, creer en el Dios de la alegría, en el poder de su sonrisa. Son dichosos aquellos que, en todo momento, sonríen a Dios y a la vida.
Orar desde la adversidad
Un rayó cayó en un frutal y rompió la mayor parte de las ramas. Sin embargo, una de ellas quedaba sujeta al tronco por unas pocas fibras y por la corteza, gracias a lo cual daba todavía frutos.
La adversidad, el sufrimiento, forma parte de nuestra existencia. Una infinita gama de dolor, de sufrimiento acosan al ser humano. El mal, el sufrimiento, no entraba en los planes de Dios, el pecado nos lo trajo y desde entonces se pasea entre nosotros. Para el cristiano la enfermedad, el dolor, tiene que ser una escuela de santificación, “signo de predilección divina”, oportunidad de crecimiento.
“¿Puede engendrar felicidad la adversidad?”, pregunta José Luis Martín Descalzo. Él mismo da esta respuesta: “Puede engendrar, al menos, muchas cosas: Hondura de alma, plenitud de condición humana, nuevos caminos para descubrir más luz, para acercarnos a Dios. Por eso no hay que tenerle miedo al dolor. Lo mismo que no le tenemos miedo a la noche. Sabemos que el sol sigue saliendo aunque no lo veamos. Sabemos que volverá. Dios no desaparece cuando sufrimos. Esta ahí, de otro modo, como está el sol, cuando se ha ido de nuestros ojos”.